"El Padrenuestro comienza, por tanto, de un modo increíble. Dios nos enseña a que toda nuestra relación con Dios Padre sea filial, sea una relación de hijos. Un hijo cree en su padre, un hijo convive con él, un hijo espera de él, un hijo cuenta con él, un hijo habla con él. Lo que nos está diciendo Cristo es cuál es el grado de intimidad que ha de haber en nuestra vida con Dios.
Por tanto, no es que nosotros seamos unos meros visitadores de Dios que, de vez en cuando, vamos a ponernos en contacto con Dios en este ratito. ¡No, no somos eso! Somos familia suya, somos sus hijos. Y esto es increíble, es que tenemos que abrir eso que tenemos seguramente acostumbrado y darnos cuenta de la riqueza que encierra nuestra vida interior.
Insisto en lo que decía con santa Teresa de Jesús. La santa advierte en las Primeras Moradas que el pecado te impide entrar en la presencia del Rey Eterno, porque no te deja ni entrar en el castillo interior. Incluso en las Segundas Moradas dice: "aun aquellos que hayan entrado", o sea, que aunque se han adentrado en las moradas, "todavía les puede tanto la fuerza del pecado que se vuelven para atrás". Aunque sí reconocen que allí está el Rey Eterno, que es grandiosa su presencia, todavía no tienen fuerza, se van para atrás.
Yo creo que por eso nosotros estmos muchas veces entre esas primeras y segundas moradas, dejándonos arrastrar por el pecado de tal modo que nos impide gozar de lo más grande que existe, de la grandeza, de la riqueza más extraordinaria, la de Dios, y de reconocernos a nosotros como sus hijos."
Pablo Domínguez Prieto, sacerdote y decano de Teología de la Universidad de San Dámaso, en Madrid (Reflexión y meditación dirigida a unos sacerdotes colombianos en unos ejercicios espirituales).
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