Este título está tomado casi al pie de la letra de
Tertuliano, que escribía en el año 197: "La sangre [de los mártires] es
semilla de los cristianos". Encontramos la misma idea ya a mitad del
siglo II, en el discurso de autor desconocido dirigido al pagano
Diogneto: "¿No ves que [los cristianos], arrojados a las fieras con el
fin de que renieguen del Señor, no se dejan vencer? ¿No ves que, cuanto
más se los castiga, en mayor cantidad aparecen otros?" (7, 7-8). Un
contemporáneo de Tertuliano, Hipólito Romano escribía, durante la
persecución de Septimio Severo, que un gran número de hombres, atraídos a
la fe por medio de los mártires, se convertían a su vez en mártires
(cfr. Comentario sobre Daniel, II, 38).
Esta convicción de fe de los primeros cristianos se
basa en un fundamento sólido, porque Jesús, refiriéndose a su muerte
redentora, dice: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda
él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12, 24). Los mártires, pues,
no han hecho más que recorrer el camino abierto por Jesús al decir de
sí mismo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6).
Para el mártir, la pérdida de la vida por dar
testimonio de Jesús es una ganancia, pues gana la vida eterna. Pero es
también una gran ganancia para la Iglesia que recibe así nuevos hijos,
impulsados a la conversión por el ejemplo del mártir y ve que se
renuevan los hijos que ya tiene desde hace tiempo. Juan Pablo II se
muestra convencido de ello cuando, en el año del Gran Jubileo, decía en
su discurso en el Coliseo durante la conmemoración de los mártires del
siglo XX: "Permanezca viva, en el siglo y el milenio que acaban de
comenzar, la memoria de estos nuestros hermanos y hermanas. Es más, ¡que
crezca! ¡Que se transmita de generación en generación, para que de ella
brote una profunda renovación cristiana!" (Insegnamenti, 23/1, 776).
Para comprender mejor que la muerte de los mártires
es semilla de cristianos, es bueno recordar que, en la parábola de la
semilla, "la semilla es la palabra de Dios", es decir, no sólo sus
palabras reveladas, sino sobre todo la Palabra, con mayúscula, el Hijo
que el Padre ha enviado y que el Espíritu Santo hace brotar en el
corazón del cristiano, identificándolo con Cristo. Por eso, en su muerte
testimonial, el mártir se identifica con Cristo. Pero también el
Espíritu actúa en los corazones de quienes acogen el testimonio del
mártir, que se vuelve así particularmente elocuente. Como dice el
prefacio de los santos mártires: "Han atestiguado con su sangre tus
prodigios".
El mártir nos ayuda a descubrir el gran valor del
testimonio dado a Cristo al donar por entero la vida. Es un don que
puede ser pedido a algunos en un instante, pero que se nos pide a todos
día tras día, hora tra hora. Como decía s. Ambrosio, refiriéndose a su
tiempo, cuando ya las persecuciones exteriores habían acabado: "¡Cuántos
hoy son mártires en secreto y dan testimonio al Señor Jesús!" (Comentario al Salmo 118).
Prof. Antonio Miralles, Pont. Università della Santa Croce, Roma
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