Altísimo Dios eterno, de quien depende todo el ser y el reparo del
linaje humano: postrada en tu real presencia suplico se digne tu
Infinita Bondad de mirar las ansias de mi alma y oír mis peticiones.
Ante tus ojos son manifiestos mis deseos de que, en el estado de
matrimonio, me des la compañía de un esposo que me ayude a guardar la
divina ley y testamento santo, para crecer ambos en perfección y en la
observancia de tus preceptos. Santo Dios, Padre Infinitamente
Providente, no escondas tu piedad de mí, ni permitas, pues eres Padre,
que mi súplica sea desechada.
Y pues me mandas, Señor mío, que con confianza te pida como a poderoso y
rico en misericordia, concédeme lo que por ti deseo y pido, pues en
pedirte hago tu Santa Voluntad y obediencia. Y si mis culpas detienen
tus misericordias, aparta de mí lo que te desagrada e impide.
Poderoso eres, Señor, Dios de Israel, y todo lo que fuere tu Voluntad
puedes obrar sin resistencia. Lleguen a tus oídos mis peticiones; que
soy pobre y pequeña, tú eres Infinito e inclinado a usar la misericordia
con los abatidos. ¿A dónde iré fuera de ti, que eres Señor de los
señores y Todopoderoso?
Tú me enseñaste a desear y a esperar de tu liberalidad. Entregado tengo
mi corazón y mente a tu Voluntad. Aparta mis ojos de la vanidad.
Si fuera tu beneplácito conceder mi petición, todo lo pondré a tu entero
servicio, Padre mío, para ayudar a propagar el Reino de Dios en la
tierra. Haz de mí lo que sea de tu agrado y alegra, Señor, mi espíritu
con el cumplimiento de esta esperanza. Mira desde tu solio al humilde
polvo y levántalo, para que te magnifique y adore y en todo se cumpla tu
Voluntad y no la mía. Amén.
Esta oración fue escrita en el siglo XVII por la mística española
venerable María de Jesús de Ágreda luego de una visión de la Virgen
María, quien le habría dicho que así rezaba su madre Santa Ana a Dios
pidiendo un buen esposo.
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