Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Al decir Padre nuestro que estás en los cielos, hacemos actos de fe, adoración y humildad.
Al desear que su nombre sea santificado y glorificado, manifestamos celo ardiente por su gloria.
Al pedir posesión de su reino, hacemos un acto de esperanza y desapego de bienes materiales.
Al desear que su cumpla su voluntad en la tierra como en el cielo, mostramos espíritu de perfecta obediencia.
Pidiéndole que nos de el pan nuestro de cada día, practicamos la pobreza según el espíritu y el desapego de los bienes de la tierra.
Al rogarle que perdone nuestros pecados, hacemos un acto de contrición.
Al perdonar a quienes nos han ofendido, ejercitamos la misericordia en la más alta perfección.
Al implorar ayuda en la tentación, hacemos actos de humildad, prudencia y fortaleza.
Al esperar que nos libre del mal, practicamos la paciencia.
Finalmente, al pedir todo esto no solo para nosotros, sino también para el prójimo y para todos los miembros de la Iglesia, nos comprometemos como verdaderos hijos de Dios, lo imitamos en la caridad y cumplimos con el mandato de amar al prójimo.
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