viernes, 3 de octubre de 2014

EL AMOR DE LOS SANTOS, SUPERADO POR EL AMOR DE CRISTO

                       

"Si quieres, ánima mía, barruntar algo de la grandeza del amor de Cristo, del deseo que tuvo que padecer por ti, párate a pensar la grandeza del deseo que tuvieron los santos de padecer por amor de Dios, y por aquí entenderás el deseo que tuvo este Santo de los santos, pues les excede tanto en santidad y grancia cuanto la lumbre del sol a las tinieblas, y mucho más. Mira el deseo que tuvo aquel bendito padre Santo Domingo, que así deseaba el martirio como el ciervo las fuentes de las aguas, y pedía que todos los miembros de su cuerpo fuesen cortados, pareciéndole poca cosa un martirio solo, y deseaba para cada miembro el suyo. Mira el deseo del apóstol San Andrés, que, viendo la cruz en que había de morir, se requebraba con ella como con esposa muy amada, y la rogaba se holgase con él como él se holgaba con ella.

Vamos a otro más alto género de martirio y a otra nueva manera de deseo, que fue el de San Pablo, que, pareciéndole poco todo género de tormento para satisfacer a su deseo, vino a tanto exceso de amor, que deseó las mismas penas sensitivas del infierno por la honra de Dios y la salud de los hombres. Deseaba y codiciaba ser anatema de Cristo por mis hermanos, deseando en esto, como dice Crisóstomo, estar para siembre apartado de Cristo cuanto a la participación de la gloria, aunque no cuanto al amor y gracia. Pues, ánima mía, toma ahora alas y sube de este escalón hasta las entrañas y corazón de Cristo; y mira que si este apóstol sagrado, no teniendo más que una sola gota de gracia, tenía tan grande amor a los hombres, que verdaderamente deseaba padecer las penas del infierno por ellos, ¿cuándo mayores serán los deseos de Cristo, pues tanto mayor era su gracia y su caridad?

¿Qué otra cosa, Señor, nos quisiste dar a entender en aquellas palabras cuando dijiste: Con un bautismo tengo que ser bautizado; ¡cómo vivo en estrechura! Hasta que se llega la hora, vives, Señor, en estrechura (Lc 12,50); porque era tan grande el deseo de verte teñido en tu sangre por nosotros, que cada hora que esto se dilataba te parecía mil años, por la grandeza del amor. Y de aquí nació aquella fiesta gloriosa de los Ramos que quisites que se te hiciese cuando ibas a padecer, para mostrar al mundo la alegría de tu corazón, que así, cercado de rosas y flores, quisite ir al tálamo de la cruz. No parece, Señor, que ibas a la cruz, sino a desposorio, pues tanta la fiesta que quieres que se haga en el camino.

Pues salid ahora, hijas de Sión; salid ahora, ánimas devotas y amadoras de Cristo, y veréis al rey Salomón con la guirnalda que le coronó su madre en el día de su desposorio. Y en el día de la alegría de su corazón (Cant. 3,11). No hallo yo, Señor, una guirnalda, sino la que hizo tu madre en la sinagoga el viernes de la cruz: no de rosas ni de flores, sino de espinas, para meter en tu cabeza. Pues ¿cómo se llama este día de fiesta y alegría de corazón? ¿Por ventura esas espinas no te lastiman? Sí por ciero, y más a Ti que a ninguno de los hombres, porque tu delicadeza era mayor; mas, por la grandeza del amor que nos tenías, no mirabas tu dolor, sino nuestro remedio; no a tus llagas, sino a la medicina de nuestras ánimas enfermas. Si al patriarca Jacob le parecía poco siete años de servivio por casar con Raquel, por el gran amor que la tenía, ¿qué te parecería un día de la cruz por desposarte con la Iglesia y hacerla tan hermosa, que no la quedase mancilla ni arruga? Este amor te hace morir tan de buena gana; éste te embriaga de tal manera, que te hizo estar desnudo y colgado de una cruz, hecho escarnio del mundo. Tú eres Noé, que plantaste una viña, y bebiste el vino de ella en tanta abundancia, que, embriagado de aqueste poderoso vino, caíste dormido en la cruz; y padeciste tales deshonras en ella que tus mismos hijos se escandalizaron e hicieron burla de ti.

¡Oh maravilloso amor, que a tal extremo descendiste! Y ¿maravillosa ceguedad de los hombres, que tomaron ocasión para descenderte de donde la habían de tomar para amarte! Dime, ¡oh dulcísimo amor!; si sola esta centella que acá afuera nos mostraste fue tan espantable a los hombre que ha sido escándalo a los judíos y locura a los gentiles, ¿qué hiciera si se les pudiera dar alguna otra muestra de amor que declarara toda la grandeza de este amor tuyo?"

San Juan de Ávila. Doctor de la Iglesia. Patrono del clero secular de España. Tratado del Amor de Dios.

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