El Corazón del hombre tiene hambre y sed de infinito.
Cristo vino para dar a los hombres plenitud, y dejó su invitación: "Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados..."
Pero los hombres, prescindiendo de Dios, queremos saciarnos con cosas que no nos pueden llenar: ruido, dinero, diversiones, placer, amistad...
San Antonio lo dejó todo para que Dios fuera su felicidad, y nos dice esto en sus sermones:
- "Te hemos seguido, las criaturas al Creador, los hijos al Padre, los hambrientos al pan vivo, los sedientos a la Fuente, los enfermos al médico, los cansados al reclinatorio, los desterrados al Paraíso..."
- "Los pobres, los humildes, los sencillos, tienen sed de la Palabra de vida y del agua de la sabiduría. Los mundanos por el contrario, que se emborrachan con el cáliz del vicio, los sabihondos, los consejeros de los poderosos, no se dejan anunciar el mensaje divino. Es muy buena señal de predestinación el escuchar de buen grado la Palabra de Dios. Como el desterrado, ansiando y escuchando con placer noticias de su tierra, demuestra amar a su patria, así podemos decir del cristiano que ansía escuchar a quien le habla de la patria celestial..."
¿Entre quienes me encuentro yo?
¿Donde pongo las ilusiones?
¿Siento de verdad aquello del salmista: "mi alma tiene sed del Dios vivo como tierra reseca, agostada y sin agua"?
(Fr. Angel García de Pesquera, Capuchino).
No hay comentarios:
Publicar un comentario