Antes de las apariciones de Nuestra Señora, Lucía, Francisco y Jacinta (Lucía de Jesús dos Santos, y sus primos Francisco y Jacinta Marto, todos residentes en la aldea de Aljustrel, parroquia de Fátima) tuvieron tres visiones del Ángel de Portugal, o de la Paz.
La
tercera aparición ocurrió al final del verano o principio del otoño de
1916, nuevamente en la Gruta del Cabeço y, siempre de acuerdo con la
descripción de la Hna. Lucía, transcurrió de la siguiente forma:
En
cuanto llegamos allí, de rodillas, con los rostros en tierra,
comenzamos a repetir la oración del Ángel: “Dios mío, yo creo, adoro,
espero y te amo...” No sé cuantas veces habíamos repetido esta oración
cuando advertimos que sobre nosotros brillaba una luz desconocida. Nos
incorporamos para ver lo que pasaba y vemos al Ángel trayendo en la mano
izquierda un cáliz sobre el cual está suspendida una hostia de la que
caían, dentro del cáliz, algunas gotas de sangre. Dejando el cáliz y la
hostia suspendidos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces
la oración:
–
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo: yo te adoro
profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra,
en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él
mismo es ofendido. Y por los infinitos méritos de su Santísimo Corazón y
del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pobres
pecadores.
Después
se levantó, tomó de nuevo en la mano el cáliz y la hostia, y me dio la
hostia a mí. Lo que contenía el cáliz se lo dio a beber a Jacinta y a
Francisco, diciendo al mismo tiempo:
–
Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente
ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a
vuestro Dios.
De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros otras tres veces la misma oración: – “Santísima Trinidad...” Y desapareció.
Llevados
por la fuerza de lo sobrenatural que nos envolvía, imitábamos al Ángel
en todo, es decir, nos postrábamos como él y repetíamos las oraciones
que él decía. La fuerza de la presencia de Dios era tan intensa, que nos
absorbía y aniquilaba casi por completo. Parecía como si nos hubiera
quitado por un largo espacio de tiempo el uso de nuestros sentidos
corporales. En esos días, hasta las acciones más materiales las hacíamos
como llevados por esa misma fuerza sobrenatural que nos empujaba. La
paz y felicidad que sentíamos era grande, pero sólo interior; el alma
estaba completamente concentrada en Dios. Y al mismo tiempo el
abatimiento físico que sentíamos era también fuerte.
No
sé por qué las apariciones de Nuestra Señora producían en nosotros
efectos muy diferentes. La misma alegría íntima y la misma paz y
felicidad, pero en vez del abatimiento físico, sentíamos una cierta
agilidad expansiva; en vez del aniquilamiento ante la divina presencia,
era un exultar de alegría; en vez de esa dificultad para hablar, un
cierto entusiasmo comunicativo. No obstante, a pesar de todos estos
sentimientos, yo sentía la inspiración de callar, sobre todo algunas
cosas. En los interrogatorios, esta inspiración interior me indicaba las
respuestas que, sin faltar a la verdad, no descubriesen lo que debía
por entonces ocultar.
Las
apariciones del Ángel, en 1916, fueron precedidas por otras tres
visiones, de abril a octubre de 1915, en las cuales Lucía y otras tres
pastorcitas (María Rosa Matías, Teresa Matías y María Justino) vieron,
también en el outeiro do Cabeço y suspendida en el aire sobre la arboleda del valle, como una “nube más blanca que la nieve, algo transparente y con forma humana”. Era “una figura como si fuese una estatua de nieve a quien los rayos del sol hacían algo transparente”. La descripción es de la propia Hna. Lucía.
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