viernes, 26 de diciembre de 2014

EXPECTACIÓN DEL MESÍAS


A finales del último siglo antes de Jesucristo, era general la convicción de que se hallaba próximo el nacimiento del Mesías prometido (1). Esa esperanza o convicción nunca había sido tan viva como entonces, sobre todo entre los judíos, quienes, mejor que otros, conocían los oráculos sagrados.

No podía suceder de otro modo, ya que los escritos de los profetas indicaban con la mayor precisión, no sólo las circunstancias notables del nacimiento, vida y muerte del Redentor, sino que hasta la familia de la que había de nacer y el tiempo de su aparición.

San Mateo, en su Evangelio, puso especial cuidado para demostrar a los judíos que en Jesucristo se vieron cumplidas, hasta los menores detalles, todas las profecías mesiánicas y que Él es el verdadero Mesías, esperado por los patriarcas y anunciado por los profetas.

Tan luego como Adán y Eva incurrieron en el pecado que motivó la sentencia condenatoria contra ellos y contra toda su posteridad, prometió el Señor que nacería de la mujer un libertador que los redimiría de la esclavitud del demonio.

Más tarde, los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob recibieron de Dios la seguridad de que todas las naciones de la tierra serían benditas en AQUEL QUE NACERÍA DE SU LINAJE, o, en otros términos, que el Mesías había de ser uno de sus descendientes.

En los siglos posteriores, Isaías y otros profetas anunciaron que el Mesías nacería de una Virgen (2), de la familia de David (3), y en la pequeña ciudad de Belén (4), que reyes extranjeros irían a verle y le traerían presentes (5), que volvería a Egipto, que sería llamado nazareno, que tendría un precursor (6), que sería a la vez profeta, y obraría milagros (7).

Se había además anunciado que entraría en Jerusalén montado en una borrica (8), que le sería traidor uno de los suyos (9),y le vendería por treinta monedas de plata y que con ese dinero se compraría el campo de un alfarero (10).

Estaban igualmente prefijadas por los profetas las circunstancias principales de su pasión, por ejemplo: que sería escarnecido, azotado, y rasgadas sus carnes hasta descubrir sus huesos (11), que para apagar la sed le darían vinagre (12), que le traspasarían las manos y los pies (13), que sería muerto por los pecados de los hombres (14), que su cuerpo no sufriría corrupción en el sepulcro (15), sino que saldría de él vivo y glorioso (16), y, en fin, que subiría triunfante a los cielos (17).

Por lo que se refiere al tiempo en que debía nacer, sabido era que al morir Jacob había dicho a Judá que el cetro no saldría de su descendencia hasta que viniese el Deseado de las naciones. Efectivamente, el cetro salió de la familia de Judá cuando los romanos entronizaron a Herodes.

Daniel había profetizado también que desde la autorización para construir a Jerusalén hasta el Cristo, pasarían setenta semanas de años (18).

Estaba, por fin, anunciado que el Mesías nacería en tiempo de paz, y bajo una monarquía qeu habría derribado todos los tronos de la tierra (19). En efecto, el imperio romano, que había subyugado a casi todo el mundo conocido entonces, gozaba de paz universal cuando nació Jesucristo. 

(1) Al separarse, los descendientes de Noé llevaron consigo la memoria de la caída del primer hombre, lo mismo que la esperanza del Mesías que había de redimir al género humano. Aun cuando en el transcurso del tiempo se alteraran aquel recuerdo y aquella esperanza, cambiándolos a veces hasta el punto de revestirlos de formas extravagantes, siempre se conservó esta tradición a través de ese horrible caos del paganismo. Los judíos, depositarios de las profecías, al separarse por diversas partes del mundo, y al difundir en ellas el estudio de la Biblia traducida por los Setenta contribuyeron a prepara el camino de Aquel que había de venir para salvar a los hombres.

(2) He aquí que la Virgen da a luz un hijo y le llama Emmanuel (Isaías, 7,14).

(3) Cuando David concibió el proyecto de construir un templo al Señor, fue el profeta Natán a decirle, de parte de Dios: No serás tú quien me construirá el templo; ese honor está reservado a tu hijo. Daré tu reino a uno de tus hijos, que saldrán de tí, su trono durará eternamente, yo seré su padre, y él será mi hijo. Estas palabras sólo pueden convenir al Mesías.


(4) Y tú, Belén, pequeña entre las ciudades de Judá, de ti me saldrá el que será Señor de Israel (Miqueas, 5,1- Mateo, 2,6).

(5) Isaías, LX, 1-6.

(6) Ved que voy a enviar mi mensajero que preparará el camino delante de mi (Malaquías, 3,1- Mateo, 11,10).

(7) En aquel tiempo verán los ciegos, oirán los sordos, andarán los cojos y hablarán los mudos (Isaías).

(8) Zacarías, 9,9 - Mateo 21,5).

(9) Aquel que me era tan íntimo, y en el que había puesto yo tanta confianza, ha empleado contra mí la traición (David).

(10) Zacarías, 11,12 - Jeremías 32,6 y sig. - Mateo 27, 9 y 10.

(11) Se han mofado de mí, y, moviendo la cabeza, me insultaban y me decían: Ha esperado en el Señor; que el Señor le salve, si le ama (David). Le hemos considerado como leproso, como un hombre tocado por la mano de Diso, y ha sido cubierto de llagas a causa de nuestras iniquidades (Isaías).

(12) Me dieron hiel por alimento, y vinagre para apagar mi sed (David).

(13) Han taladrado mis manos y mis pies (David, salmo 21,17).

(14) No sufre por sus pecados, sino que tomó sobre sí nuestras flaquezas e iniquidades (Isaías).

(15) Descansará mi carne en la esperanza; no dejaréis mi alma en el infierno; no permitiréis que vuestro santo cuerpo sufra corrupción (David).

(16) Al tercer día resucitará y viviremos en su presencia (Oseas).

(17) Os elevasteis a lo alto, llevándoos gran número de cautivos (David).

(18) Hacia el fin del cautiverio de Babilonia, el ángel Gabriel se apareció al profeta Daniel y le dijo: Desde que se dé el edicto de reedificar a Jerusalén hasta el reinado de Cristo, pasarán setenta semanas (de años, o sea 490 años). Después de 69 semanas el Cristo será muerto, aunque nada haya contra él. A mitad de la última semana (la 70ª) las oblaciones y los sacrificios quedarán abolidos, y el Cristo hará pacto con muchos (Daniel, 9,24 y sig.).
La orden de que el ángel habló, es el edicto dado el año 458 por Artajerjes I, rey de Persia, a instancias de Nehemías. Comparada esta profecía de Daniel con las de Jacob y Ageo, resulta con

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