"Se levantaron de la mesa, y mientras arreglaban sus vestidos, según costumbre, para el oficio solemne, el mayordomo entró con dos criados para quitar la mesa. Jesús le pidió que trajera agua y aquel salió de la sala con sus criados. Jesús, de pie en medio de los apóstoles, les habló con solemnidad. No puedo decir con exactitud el contenido del discurso. Recuerdo que habló de su Reino, de su vuelta hacia su Padre, de lo que les dejaría al separarse de ellos, etc. Enseñó también sobre la penitencia, la confesión de las culpas, el arrepentimiento y la justificación. Yo comprendí que esta instrucción se refería al lavatorio de los pies; vi también que todos reconocían sus pecados y se arrepentían, excepto Judas. Este discurso fue largo y solemne. Al acabar Jesús, envió a Juan y a Santiago el Menor a buscar agua al vestíbulo, y dijo a los apóstoles que arreglaran las sillas en semicírculo. Él se fue al vestíbulo, y se ciñó una toalla alrededor del cuerpo. Mientras tanto, los apóstoles se preguntaban entre sí cuál sería el primero entre ellos; pues el Señor les había anunciado que iba a dejarlos y que su Reino estaba próximo; y se fortificaban más en la opinión de que el Señor tenía un pensamiento secreto, y que quería hablar de un triunfo terreno que estallaría en el último momento.
Estando Jesús en el vestíbulo, mandó a Juan que tomara un baño y a Santiago un cántaro lleno de agua; enseguida fueron detrás de Él a la sala, donde el mayordomo había puesto una palangana.
Entrando Jesús, reprochó a los apóstoles en breves palabras la disputa que se había suscitado entre ellos: les dijo que Él mismo era su servidor; que debían sentarse para que les lavara los pies. Se sentaron por el mismo orden en que estaban en la mesa. Jesús iba del uno al otro, y les echaba sobre los pies agua del baño que llevaba Juan: tomaba la extremidad de la toalla que lo ceñía, y se los enjuagaba. Jesús estaba enternecido mientras hacía este acto de humildad.
Cuando llegó a Pedro, este quiso detenerle en su humillación, y le dijo: "Señor: ¿Tú lavarme los pies a mí?". El Señor le respondió: "Tú no sabes ahora lo que hago, pero lo sabrás más tarde". Me pareció que le decía aparte: "Simón, has merecido saber de mi Padre quien soy Yo, de dónde vegno y a dónde voy; tú solo lo has confesado expresamente, y por eso edificaré sobre ti mi Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella. Mi fuerza será con tus sucesores hasta el fin del mundo". Jesús lo mostró a los apóstoles, diciendo: "Cuando yo me vaya, este ocupará mi lugar". Pedro le dijo: "Tú no me lavarás jamás los pies". El Señor le respondió: "Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo". Entonces Pedro añadió: "Señor, lávame, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza". Jesús le respondió: "El que ha sido ya lavado, no necesita lavarse más que los pies; está purificado en todo el resto; vosotros, pues, estáis purificados, pero no todos". Estas palabras se dirigían a Judas. Había hablado del lavatorio de los pies como de una purificación de las culpas diarias, poque los pies, estando sin cesar en contacto con la tierra, pierden su aseo constantemente si no se tiene cuidado. Este lavatorio de los pies fue espiritual, y como una especie de absolución. Pedro, en medio de su celo, no vio más que una humillación harto grande para su Maestro: no sabía que Jesús al día siguiente, para salvarlo, se humillaría hasta sufrir muerte ignominiosa en la cruz.
Cuando Jesús lavó los pies a Judas, fue del modo más cordial y afectuoso: acercó la cara a ellos; le dijo en voz baja que debía entrar en sí mismo; que hacía un año que era traidor e infiel. Judas hacía como que no le oía, y hablaba con Juan. Pedro se irritó, y le dijo: "Judas, el Maestro te habla". Entonces Judas dia a Jesús una respuesta vaga y evasiva, como: "Señor, ¡Dios me libre!". Los otros no habían advertido que Jesús hablaba con Judas, pues lo hacía bastante bajo para que no le oyeran.
En toda la Pasión nada afligió tanto al Salvador como la traición de Judas.
Jesús lavó también los pies a Juan y a Santiago. Enseñó sobre la humildad: les dijo qeu el que servía a los otros era el mayor de todos; y que desde entonoces debían lavarse con humildad los pies unos a otros; enseguida se puso sus vestidos. Los apóstoles desataron los suyos, que antes se recogieron para comer el cordero pascual."
Revelaciones y visiones de la Beata Ana Catalina Emmerick (1774-1824)
Revelaciones y visiones de la Beata Ana Catalina Emmerick (1774-1824)
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