Si honrar a María Santísima es necesario a todos los hombres
para alcanzar su salvación, lo es mucho más a los que son llamados a una perfección particular. Creo personalmente que nadie puede llegar a una íntima unión con el Señor y a una fidelidad perfecta al Espíritu Santo, sin una unión muy estrecha con la Santísima Virgen y una verdadera dependencia de su socorro.
Sólo María halló gracia delante de Dios (Lc. 1, 30), sin
auxilio de ninguna criatura. Sólo por Ella han hallado gracia ante Dios cuantos
después de Ella la han hallado y sólo por Ella la encontrarán cuantos la
hallarán en el futuro.
Ya estaba llena de gracia cuando la saludó el arcángel san
Gabriel.
María quedó sobreabundantemente llena de gracia, cuando el
Espíritu Santo la cubrió con su sombra inefable. Y siguió creciendo de día en
día y de momento en momento en esta doble plenitud de tal manera que llegó a un
grado inmenso e incomprensible de gracia.
Por ello, el Altísimo le ha constituido tesorera única de sus
tesoros y única dispensadora de sus gracias para que embellezca, levante y
enriquezca a quien Ella quiera; haga transitar por la estrecha senda del cielo a
quien Ella quiera; introduzca, a pesar de todos los obstáculos, por la angosta
senda de la vida a quien Ella quiera; y dé el trono, el cetro y la corona regia
a quien Ella quiera.
Jesús es siempre y en todas partes el fruto y el Hijo de
María y María es en todas partes el verdadero árbol que lleva el fruto de vida y
la verdadera Madre que lo produce.
Sólo a María ha entregado Dios las llaves que dan entrada a
la intimidad del amor divino (cfr. Cant. 1, 3) y el poder de dar entrada a los
demás por los caminos más sublimes y secretos de la perfección.
Sólo María permite la entrada en el paraíso terrestre a los
pobres hijos de la Eva infiel para pasearse allí agradablemente con Dios,
esconderse de sus enemigos con seguridad, alimentarse deliciosamente, sin temer
ya a la muerte, del fruto de los árboles de la vida y de la ciencia del bien y
del mal, y beber a boca llena las aguas celestiales de la hermosa fuente que
allí mana en abundancia. Mejor dicho, siendo Ella misma este paraíso terrestre o
esta tierra virgen y bendita de la que fueron arrojados Adán y Eva pecadores,
permite entrar solamente a aquellos a quienes le place para hacerlos llegar a la
santidad.
De siglo en siglo, pero de modo especial hacia el fin del
mundo, todos los ricos del pueblo suplicarán tu rostro (cfr. Sal. 45,
13). San Bernardo comenta así estas palabras del Espíritu Santo: los mayores
santos, las personas más ricas en gracia y virtud son los más asiduos en rogar a
la Santísima Virgen y contemplarla siempre como el modelo perfecto a imita y la
ayuda eficaz que les debe socorrer.
He dicho que esto acontecerá especialmente hacia el fin del
mundo, y muy pronto, porque el Altísimo y su Santísima Madre han de formar
grandes santos que superarán en santidad a la mayoría de los otros santos cuanto
los cedros del Líbano exceden a los arbustos. Así fue revelado a un alma santa,
cuya vida escribió de Renty.
Estos grandes santos, llenos de gracia y dinamismo, serán
escogidos por Dios para oponerse a sus enemigos, que bramarán por todas partes.
Tendrán una excepcional devoción de la Santísima Virgen, quien les esclarecerá
con su luz, les alimentará con su leche, les sostendrá con su brazo y les
protegerá, de suerte que combatirán con una mano y construirán con la otra. Con
una mano combatirán, derribarán, aplastarán a los herejes con sus herejías, a
los cismáticos con sus cismas, a los idólatras con sus idolatrías y a los
pecadores con sus impiedades. Con la otra edificarán el templo del verdadero
Salomón y la mística ciudad de Dios, es decir, la Santísima Virgen, llamada
precisamente por los Padres, Templo de Salomón y Ciudad de Dios.
Con sus palabras y ejemplos atraerán a todos a la verdadera
devoción a María. Esto les granjeará muchos enemigos, pero también muchas
victorias y gloria para Dios solo. Así lo reveló Dios a Vicente Ferrer, gran
apóstol de su siglo, como lo consignó claramente en uno de sus escritos.
Es lo que parece haber predicho el Espíritu Santo con las
palabras del salmista:
...Y sepan que Dios domina en Jacob,
hasta los confines de la tierra.
Regresan a la tarde,
aúllan como perros,
rondan por la ciudad
en busca de comida... (Sal.
59, 14-16).
Esta ciudad a la que acudirán los hombres al fin del mundo
para convertirse y saciar su hambre de justicia es la Santísima Virgen a quien
el Espíritu Santo llama morada y ciudadela de Dios (cfr. Sal. 87, 3).
Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María por San Luis María Grignion de Montfort