martes, 19 de agosto de 2014

LUCES SOBRE LA CARIDAD


"Leyendo lo que acabo de escribir, Madre mía, podría creer que la práctica de la caridad no me resulta difícil. Es verdad, desde hace algunos meses no necesito combatir para practicar esta hermosa virtud; no quiero decir con esto que jamás me acaezca hacer faltas ¡ah!, soy demasiado imperfecta para eso, pero no me cuesta mucho levantarme cuando me he caído, porque después de la victoria que conseguí en un determinado combate, la milicia celestial viene ahora en mi auxilio, no pudiendo sufrir verme vencida después de haber salido victoriosa de la gloriosa guerra que voy a intentar describirle.

Se encuentra en la comunidad una hermana que tiene la capacidad de desagradarme en todas las cosas; sus modales, sus palabras, su carácter, me parecían muy desagradables; sin embargo, es una santa religiosa, que debe ser muy agradable a Dios; por eso, no queriendo ceder a la antipatía natural que experimentaba, me dije que la caridad no debía consistir en los sentimientos, sino en las obras; entonces, me apliqué a hacer por esta hermana lo que hubiera hecho por la persona a la que más quiero. Cada vez que me la encontraba, pedía por ella a Dios, ofreciéndole todas sus virtudes y sus méritos. Sentía muy bien que esto agradaba a Jesús, pues no hay artista a quien no le guste recibir alabanzas por sus obras, y Jesús, el Artista de las almas, es feliz cuando uno no se detiene en lo exterior, sino que penetrando hasta el santuario íntimo que él se ha escogido por morada, admira su belleza. No me contentaba con rogar mucho por la hermana que me proporcionaba tantos combates, procura prestarle todos los servicios posibles, y cuando tenía la tentación de contestarle de una forma desagradable, me contentaba con dirigirle la más amable sonrisa, procurando cambiar de conversación, pues se dice en la imitación: Es mejor dejar a cada uno con su parecer que detenerse a contestar.

Muchas veces también, cuando fuera de la recreación (quiero decir durante las horas de trabajo) tenia que relacionarme con esta hermana debido a mi empleo, y entonces mis combates se hacían demasiado violentos, huía como desertor. Como ella ignoraba pro completo lo que yo sentía hacia ella, jamás llegó a sospechar los motivos de mi conducta, y sigue persuadida de que su carácter me es agradable. Un día, en la recreación, me dijo con cierto aire de gran satisfacción estas o parecidas palabras: "¿Quisiera decirme, mi hermana T. del Niño Jesús, qué es lo que tanto le atrae hacia mí, que cada vez que me mira, la veo sonreír?" ¡Ah! lo que me atraía era Jesús, escondido en el fondo de su alma... Jesús, que hace dulce lo que hay de más amargo... Le contesté que sonreía porque estaba contenta de verla (no añadí, bien entendido, que era desde un punto de vista espiritual)."

Santa Teresita del Niño Jesús (1873-1897) carmelita descalza y Doctora de la Iglesia. (Historia de un alma).

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