"No
hay duda, amadísimos hermanos, que el Hijo de Dios, habiendo tomado la
naturaleza humana, se unió a ella tan íntimamente, que no sólo en aquel
hombre que es el primogénito de toda creatura, sino también en todos sus
santos, no hay más que un solo y único Cristo; y, del mismo modo que no puede
separarse la cabeza de los miembros, así tampoco los miembros pueden separarse
de la cabeza.
Aunque no pertenece a la vida presente, sino a la eterna,
el que Dios sea todo en todos, sin embargo, ya ahora, él habita de manera
inseparable en su templo, que es la Iglesia, tal como prometió él mismo con
estas palabras: Mirad, yo estaré siempre
con vosotros hasta el fin del mundo. Por tanto, todo lo que el Hijo de Dios
hizo y enseñó con miras a la reconciliación del mundo no sólo lo conocernos
por el relato de sus hechos pretéritos, sino que también lo experimentamos por
la eficacia de sus obras presentes.
Él
mismo, nacido de la Virgen Madre por obra del Espíritu Santo, es quien fecunda
con el mismo Espíritu a su Iglesia incontaminada, para que, mediante la
regeneración bautismal, una multitud innumerable de hijos sea engendrada para
Dios, de los cuales se afirma que traen su
origen no de la sangre, ni del deseo carnal, ni de la voluntad del hombre, sino
del mismo Dios. Es en él mismo en quien es bendecida la posteridad de Abrahán
por la adopción del mundo entero, y en quien el patriarca se convierte en padre
de las naciones, cuando los hijos de la promesa nacen no de la carne, sino de la
fe. Él mismo es quien, sin exceptuar pueblo alguno, constituye, de cuantas
naciones hay bajo el cielo, un solo rebaño de ovejas santas, cumpliendo así día
tras día lo que antes había prometido: Tengo otras ovejas que no son de este redil; es necesario que las
recoja, y oirán mi voz, para que se forme un solo rebaño y un solo pastor.
Aunque dijo a Pedro, en su calidad de jefe: Apacienta
mis ovejas, en realidad es él solo, el Señor, quien dirige a todos los
pastores en su ministerio; y a los que se acercan a la piedra espiritual él los
alimenta con un pasto tan abundante y jugoso, que un número incontable de
ovejas, fortalecidas por la abundancia de su amor, están dispuestas a morir por
el nombre de su pastor, como él, el buen Pastor, se dignó dar la propia vida
por sus ovejas.
Y no sólo la gloriosa fortaleza de los mártires, sino
también la fe de todos los que renacen en el bautismo, por el hecho mismo de su
regeneración, participan en sus sufrimientos. Así es como celebramos de
manera adecuada la Pascua del Señor, con ázimos de pureza y de verdad: cuando,
rechazando la antigua levadura de maldad, la nueva creatura se embriaga y se
alimenta del Señor en persona. La participación del cuerpo y de la sangre del
Señor, en efecto, nos convierte en lo mismo que tomamos y hace que llevemos
siempre en nosotros, en el espíritu y en la carne, a aquel junto con el cual
hemos muerto, bajado al sepulcro y resucitado."
De los Sermones de San León Magno, papa (Sermón 12,
Sobre la pasión del Señor, 3, 6-7; PL 54, 355-357)
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