jueves, 8 de enero de 2015

PRÁCTICA DE LA CONSAGRACIÓN TOTAL EN LA SAGRADA COMUNIÓN


                               

A) Antes de la Comunión

1º) Humíllate profundamente delante de Dios.
2º) Renuncia a tus malas inclinaciones y a tus disposiciones, por buenas que te las haga ver el amor propio.
3º) Renueva tu consagración diciendo: ¡Soy todo tuyo, oh María, y cuanto tengo es tuyo!
4º) Suplica a esta bondadosa Madre que te preste su corazón para recibir en él a su Hijo con sus propias disposiciones. Le harás notar cuánto importa a la gloria de su Hijo que no entre en un corazón tan manchado e inconstante como el tuyo, que no dejaría de menoscabar su gloria y hasta llegaría a apartarse de Él. Pero que si Ella quiere venir a morar en ti para recibir a su Hijo, puede hacerlo, por el dominio que tiene sobre los corazones, y que su Hijo será bien recibido por Ella sin mancha ni peligro de que sea rechazado: Teniendo a Dios en medio no vacila (Sal. 46, 6).
Dile con absoluta confianza que todos los bienes que le has dado valen poco para honrarla. Pero que, por la Santísima Comunión, quieres hacerle el mismo obsequio que le hizo el Padre Eterno: obsequio que la honrará más que si le dieses todos los bienes del mundo.
Dile, finalmente, que Jesús, que la ama en forma excepcional, desea todavía complacerse y descansar en Ella aunque sea en tu alma, más sucia y pobre que el establo en donde Jesús se dignó nacer porque allí estaba Ella.
Pídele su corazón con estas tiernas palabras: Tú eres mi todo; préstame tu corazón! (cfr. Jn. 19, 26 y Prov. 23, 26).

B) En la Comunión

Dispuesto ya a recibir a Jesucristo, después del Padrenuestro, le dirás tres veces: Señor no soy digno de que entres en mi casa... (Mt. 8, 8; Lc. 7, 6): como si dijeses, la primera vez al Padre Eterno que no eres digno de recibir a su Hijo único, a causa de tus malos pensamientos e ingratitudes para con un Padre tan bueno, pero que ahí está María, su esclava, que ruega por ti y te da confianza y esperanza singulares ante su Majestad: Porque tú solo me das seguridad (Sal. 4, 9).
Al Hijo le dirás: Señor, no soy digno, etc., que no eres digno de recibirle a causa de tus palabras inútiles y malas y de tu infidelidad en su servicio, pero que no obstante, le suplicas tenga piedad de ti, que le introducirás en la casa de su propia Madre que es también tuya y que no le dejarás partir hasta que venga a habitar en Ella: Cuando encontré el amado de mi alma; lo abracé y no lo soltaré más hasta que lo haya hecho entrar en la casa de mi madre... (Cant. 3, 4). Ruégale que se levante y venga al lugar de su reposo y al arca de su santificación: Levántate, Señor, ven a tu mansión; ven con el arca de tu poder (Sal. 132, 8). Dile que no confías lo más mínimo en tus méritos, ni en tus fuerzas y preparaciones, como Esaú, sino en los de María, tu querida Madre, como el humilde Jacob en los cuidados de Rebeca; que, por muy pecador y Esaú que seas, te atreves a acercarte a su santidad, apoyado y adornado con los méritos y virtudes de su Santísima Madre.
Al Espíritu Santo le dirás: Señor, no soy digno..., que no eres digno de recibir la obra maestra de su amor a causa de la tibieza y maldad de tus acciones y de la resistencia a sus inspiraciones, pero que toda tu confianza es María, su fiel Esposa. Dile con san Bernardo: Ella es mi suprema confianza y la única razón de mi esperanza. Puedes también rogarle que venga a María, su indisoluble Esposa. Dile que su seno es tan puro y su corazón  está tan inflamado como nunca que si no desciende a tu alma, ni Jesús ni María podrán formarse en ella ni ser en ella dignamente hospedados.

C) Después de la Comunión

Después de la Sagrada Comunión, estando recogido interiormente y cerrados los ojos, introducirás a Jesucristo en el Corazón de María. Se lo entregarás a su Madre, quien lo recibirá amorosamente, lo colocará dignamente, lo amará perfectamente, lo abrazará estrechamente y le rendirá en espíritu y verdad muchos obsequios que desconocemos a causa de nuestras espesas tinieblas.
O te mantendrás profundamente humillado dentro de ti mismo, en presencia de Jesús que mora en María. O permanecerás como el esclavo a la puerta del palacio del Rey, quien dialoga con la Reina. Y mientras ellos hablan entre sí, dado que no te necesitan, subirás en espíritu al cielo e irás por toda la tierra a rogar a las criaturas que den gracias, adoren y amen a Jesús y a María en nombre suyo: Venga, adoremos, venid, etc. (Sal. 95, 6).
O pedirás tú mismo a Jesús, en unión de María, la llegada de su reino a la tierra por medio de su Santísima Madre, o la divina Sabiduría, o el amor divino, o el perdón de tus pecados, o alguna otra gracia, pero siempre en María y por María, diciendo, mientras fijas los ojos en tu miseria: No mires, Señor, mis pecados, sino las virtudes y méritos de María. Y acordándote de tus pecados, añadirás: Algún enemigo lo ha sembrado (Mt. 13, 28). Yo, que soy mi mayor enemigo: yo cometí esos pecados. O también: Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad; sálvame del hombre traidor y malvado (Sal. 43, 1), que soy yo mismo. O bien: Jesús mío, conviene que tú crezcas en mi alma y que yo disminuya (cfr. Jn. 3, 30). María, es necesario que tú crezcas en mí y que yo sea menos que nunca. ¡Oh Jesús! ¡Oh María! ¡Crezcan en mí! ¡Multiplíquense fuera, en los demás!
Hay mil pensamientos más que el Espíritu Santo sugiere y te sugerirá también a ti, si eres verdaderamente hombre interior, mortificado y fiel a la excelente y sublime devoción que acabo de enseñarte. Pero, acuérdate que cuanto más permitas a María obrar en tu Comunión, tanto más será glorificado Jesucristo, y que tanto más dejarás obrar a María para Jesús y a Jesús para María, cuanto más profundamente te humilles y los escuches en paz y silencio, sin inquietarte por ver, gustar o sentir. Porque el justo vive en todo de la fe y particularmente en la Sagrada Comunión, que es acto de fe: El justo mío, si cree, vivirá (Heb. 10, 38).

TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA (SAN LUIS MARÍA GRIGNIÓN DE MONTFORT)

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