"Excusaba las faltas de los demás; perdonaba duras injurias, estando persuadido de que era digno de mayores penas por sus pecados; procuraba traer al buen camino con todas sus fuerzas a los pecadores; asistía complaciente a los enfermos; proporcionaba comida, vestidos y medicinas a los débiles; favorecía con todas sus fuerzas a los campesinos, a los negros y a los mestizos que en aquel tiempo desempeñaban los más bajos oficios, de tal manera que fue llamado por la voz popular Martín de la Caridad. Hay que tener también en cuenta que en esto siguió caminos, que podemos juzgar ciertamente nuevos en aquellos tiempos, y que pueden considerarse como anticipados a nuestros días. Por esta razón ya nuestro predecesor de feliz memoria Pío XII nombró a Martín de Porres Patrono de todas las instituciones sociales de la República del Perú (Cfr. Carta Apostólica del 10 de junio de 1945).
Con tanto ardor siguió los caminos del Señor que llegó a un alto
grado de perfecta virtud y se inmoló como hostia propiciatoria.
Siguiendo la vocación del Divido Redentor, abrazó la vida religiosa para
ligarse con vínculos de más perfecta santidad. Ya en el convento no se
contentó con guardar con diligencia lo que le exigían sus votos, sino
que tan íntegramente cultivó la castidad, la pobreza y la obediencia que
sus compañeros y superiores lo tenían como una perfecta imagen de la
virtud.
La dulzura y delicadeza de su santidad de vida llegó a tanto que
durante su vida y después de la muerte ganó el corazón de todos, aun de
razas y procedencias distintas; por esto nos parece muy apropiada la
comparación de este hijo pequeño de la nación peruana con Santa Catalina
de Sena, estrella brillante también de la familia dominicana, elevada
al honor de los altares hace ya cinco siglos: ésta, porque sobresalió
por su claridad de doctrina y firmeza de ánimo; aquél, porque adaptó sus
actividades durante toda su vida a los preceptos cristianos."
JUAN XXIII (Homilía en el rito de canonización, 6 de mayo de 1962)
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