No es fácil resumir en pocas palabras la profunda y articulada espiritualidad teresiana. Quiero mencionar algunos puntos esenciales. En primer lugar, santa Teresa propone las virtudes evangélicas como base de toda la vida cristiana y humana: en particular, el desapego de los bienes o pobreza evangélica, y esto nos atañe a todos; el amor mutuo como elemento esencial de la vida comunitaria y social; la humildad como amor a la verdad; la determinación como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal, que describe como sed de agua viva. Sin olvidar las virtudes humanas: afabilidad, veracidad, modestia, amabilidad, alegría, cultura. En segundo lugar, santa Teresa propone una profunda sintonía con los grandes personajes bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios. Ella se siente en consonancia sobre todo con la esposa del Cantar de los cantares y con el apóstol san Pablo, además del Cristo de la Pasión y del Jesús eucarístico.
Asimismo, la santa subraya cuán esencial es la oración; rezar, dice,
significa «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con
quien sabemos nos ama» (Vida 8, 5). La idea de santa Teresa coincide con la definición que santo Tomás de Aquino da de la caridad teologal, como «amicitia quaedam hominis ad Deum», un tipo de amistad del hombre con Dios, que fue el primero en ofrecer su amistad al hombre; la iniciativa viene de Dios (cf. Summa Theologiae
ii-ii, 23, 1). La oración es vida y se desarrolla gradualmente a la vez
que crece la vida cristiana: comienza con la oración vocal, pasa por la
interiorización a través de la meditación y el recogimiento, hasta
alcanzar la unión de amor con Cristo y con la santísima Trinidad.
Obviamente no se trata de un desarrollo en el cual subir a los escalones
más altos signifique dejar el precedente tipo de oración, sino que es
más bien una profundización gradual de la relación con Dios que envuelve
toda la vida. Más que una pedagogía de la oración, la de Teresa es una
verdadera «mistagogia»: al lector de sus obras le enseña a orar rezando
ella misma con él; en efecto, con frecuencia interrumpe el relato o la
exposición para prorrumpir en una oración.
Otro tema importante para la santa es la centralidad de la humanidad
de Cristo. Para Teresa, de hecho, la vida cristiana es relación personal
con Jesús, que culmina en la unión con él por gracia, por amor y por
imitación. De aquí la importancia que ella atribuye a la meditación de
la Pasión y a la Eucaristía, como presencia de Cristo, en la Iglesia,
para la vida de cada creyente y como corazón de la liturgia. Santa
Teresa vive un amor incondicional a la Iglesia: manifiesta un vivo «sensus Ecclesiae»
frente a los episodios de división y conflicto en la Iglesia de su
tiempo. Reforma la Orden carmelita con la intención de servir y defender
mejor a la «santa Iglesia católica romana», y está dispuesta a dar la
vida por ella (cf. Vida 33, 5).
Un último aspecto esencial de la doctrina teresiana, que quiero
subrayar, es la perfección, como aspiración de toda la vida cristiana y
meta final de la misma. La santa tiene una idea muy clara de la
«plenitud» de Cristo, que el cristiano revive. Al final del recorrido
del Castillo interior, en la última «morada» Teresa describe esa
plenitud, realizada en la inhabitación de la Trinidad, en la unión con
Cristo a través del misterio de su humanidad.
BENEDICTO XVI
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