Desde
su más tierna edad, santa Beatriz de Silva demostró cualidades excepcionales:
Docilidad, rectitud de conciencia, inclinación a las virtudes, y
atracción por las cosas elevadas y espirituales. En cierta ocasión su
padre le encomendó a un pintor un cuadro de la Sanísima Virgen María.
Escogida para posar como modelo, Beatriz se mantuvo todo el tiempo con
los ojos bajos, por humildad. El cuadro todavía existe y es conocido
como La Virgen de los Ojos Cerrados.
Hasta
la edad de sus 23 años vivió calmadamente en el seno de su familia,
pero fue en 1447 cuando su vida sufrió un gran cambio. La Princesa Doña
Isabel –su prima hermana de 19 años de edad, iba a contraer matrimonio
con Don Juan II de Castilla y la escogía para que fuera una de sus damas
de honor en la Corte española.
Beatriz
confió entonces a Nuestra Señora la perspectiva abierta por tal
invitación, y aunque todavía en aquella época no estuviese definido el
dogma de la Inmaculada Concepción, era por ese nombre que Beatriz
gustaba siempre de invocar a la Virgen. Una voz interior le inspiraba el
ideal de emprender algo verdaderamente grande para la mayor gloria de
la Madre de Dios, pero ella no sabía cómo realizarlo. Pero ahora,
parecía brillar una luz: ¿No sería su ida para la Corte, un medio para
poner en práctica ese ideal?
Consta
que ni le pasó por la mente las honras, la posición social y el
desataque que podría tener en la Corte. Su preocupación era, sobre todo,
la glorificación de Dios.
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