En las catequesis anteriores hemos visto cómo la Iglesia constituye
un pueblo, un pueblo preparado por Dios con paciencia y amor y al cual
estamos todos llamados a pertenecer. Hoy quisiera poner de relieve la
novedad que caracteriza a este pueblo: se trata verdaderamente de un
nuevo pueblo, que se funda en la nueva alianza establecida por el Señor
Jesús con la entrega de su vida. Esta novedad no niega el camino
precedente ni se contrapone al mismo, sino que más bien lo conduce hacia
adelante, lo lleva a su realización.
Hay una figura muy significativa, que cumple la función de bisagra
entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: Juan Bautista. Para los
Evangelios sinópticos él es el «precursor», quien prepara la venida del
Señor, predisponiendo al pueblo para la conversión del corazón y la
acogida del consuelo de Dios ya cercano. Para el Evangelio de Juan es el
«testigo», porque nos hace reconocer en Jesús a Aquel que viene de lo
alto, para perdonar nuestros pecados y hacer de su pueblo su esposa,
primicia de la humanidad nueva. Como «precursor» y «testigo», Juan
Bautista desempeña un papel central dentro de toda la Escritura, ya que
hace las veces de puente entre la promesa del Antiguo Testamento y su
realización, entre las profecías y su realización en Jesucristo. Con su
testimonio Juan nos indica a Jesús, nos invita a seguirlo, y nos dice
sin medias tintas que esto requiere humildad, arrepentimiento y
conversión: es una invitación que hace a la humildad, al arrepentimiento
y a la conversión.
Como Moisés había estipulado la alianza con Dios en virtud de la ley
recibida en el Sinaí, así Jesús, desde una colina a orillas del lago de
Galilea, entrega a sus discípulos y a la multitud una enseñanza nueva
que comienza con las Bienaventuranzas. Moisés da la Ley en el Sinaí y
Jesús, el nuevo Moisés, da la Ley en ese monte, a orillas del lago de
Galilea. Las Bienaventuranzas son el camino que Dios indica como
respuesta al deseo de felicidad ínsito en el hombre, y perfeccionan los
mandamientos de la Antigua Alianza. Nosotros estamos acostumbrados a
aprender los diez mandamientos —cierto, todos vosotros los conocéis, los
habéis aprendido en la catequesis— pero no estamos acostumbrados a
repetir las Bienaventuranzas. Intentemos, en cambio, recordarlas e
imprimirlas en nuestro corazón. Hagamos una cosa: yo les diré una tras
otra y vosotros las repetís. ¿De acuerdo?
Primera: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos».
«Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados».
«Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra».
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados».
«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».
«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».
«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán ellos llamados hijos de Dios».
«Bienaventurados los perseguidos por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos».
«Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os
calumnien de cualquier modo por mi causa».
«Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os
calumnien de cualquier modo por mi causa».
«Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».
¡Geniales! Pero hagamos una cosa: os doy una tarea para casa, una
tarea para hacer en casa. Tomad el Evangelio, el que lleváis con
vosotros... Recordad que debéis llevar siempre un pequeño Evangelio con
vosotros, en el bolsillo, en la cartera, siempre; el que tenéis en casa.
Llevad el Evangelio, y en los primeros capítulos de Mateo —creo que en
el 5— están las Bienaventuranzas. Y hoy, mañana en casa, leedlas. ¿Lo
haréis? [en el aula repiten: ¡Sí!] Para no olvidarlas, porque es la Ley
que nos da Jesús. ¿Lo haréis? Gracias.
En estas palabras está toda la novedad traída por Cristo, y toda la
novedad de Cristo está en estas palabras. En efecto, las
Bienaventuranzas son el retrato de Jesús, su forma de vida; y son el
camino de la verdadera felicidad, que también nosotros podemos recorrer
con la gracia que nos da Jesús.
Además de la nueva Ley, Jesús nos entrega también el «protocolo» a
partir del cual seremos juzgados. Cuando llegue el fin del mundo seremos
juzgados. ¿Y cuáles serán las preguntas que nos harán en ese momento?
¿Cuáles serán esas preguntas? ¿Cuál es el protocolo a partir del cual el
juez nos juzgará? Es el que encontramos en el capítulo 25 del Evangelio
de Mateo. La tarea de hoy es leer el quinto capítulo del Evangelio de
Mateo donde están las Bienaventuranzas; y leer el vigésimo quinto, donde
está el protocolo, las preguntas que nos harán el día del juicio. No
tendremos títulos, créditos o privilegios para presentar. El Señor nos
reconocerá si a su vez lo hemos reconocido en el pobre, en el
hambriento, en quien pasa necesidad y es marginado, en quien sufre y
está solo... Es este uno de los criterios fundamentales de verificación
de nuestra vida cristiana, a partir del cual Jesús nos invita a medirnos
cada día. Leo las Bienaventuranzas y pienso cómo debe ser mi vida
cristiana, y luego hago el examen de conciencia con este capítulo 25 de
Mateo. Cada día: he hecho esto, he hecho esto, he hecho esto... Nos hará
bien. Son cosas sencillas pero concretas.
Queridos amigos, la nueva alianza consiste precisamente en esto: en
verse, en Cristo, envueltos por la misericordia y la compasión de Dios.
Es esto lo que llena nuestro corazón de alegría, y es esto lo que hace
de nuestra vida un testimonio hermoso y creíble del amor de Dios por
todos los hermanos que encontramos a diario. Recordad las tareas.
Capítulo quinto de Mateo y capítulo 25 de Mateo. ¡Gracias!
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Sala Pablo VI
Miércoles 6 de agosto de 2014