«Desde
1984, la Virgen ha pronunciado por lo menos 400 veces su palabra
favorita: “¡Oren!” ¿Por qué? Porque la oración es clave para la
santidad, y María nos quiere conducir a la santidad, nuestro único
futuro. Pero ella sabe que no es fácil para nosotros alcanzarla. En
efecto, conoce bien las trampas que nos asechan porque el enemigo
merodea sin tregua, buscando a quién devorar (1 Pe 5, 8). En el mensaje
del 25 de marzo, María definió la estrategia utilizada por Satanás con
respecto a nosotros: el modernismo; en otras palabras cuando uno se
hastía de Dios. ¿El remedio? ¡La oración!
“Oren y luchen contra las tentaciones y contra todos los planes malvados que el demonio les ofrece a través del modernismo”, nos dice. Ya en mayo de 2010 nos advertía: “Dios
les ha dado la gracia de vivir y de custodiar todo el bien que hay en
ustedes… pero Satanás no duerme, y a través del modernismo los desvía y
los conduce por su camino”. Nuestra cultura cristiana no está
solamente amenazada por el radicalismo islámico, sino por nuestra propia
falta de oración que nos aleja de Dios. ¡La oración es una maravillosa
aventura con Dios! Pero el modernismo adormece las conciencias. Se busca
reemplazar los valores cristianos y la fe viva por espejismos del mundo
secular puramente terrenales. Se crea entonces una cultura que apacigua
el vacío interior, la falta de esperanza y la pérdida de la identidad
mediante el confort material y la búsqueda de un bienestar, tan pasajero
como decepcionante. Es como si un cáncer carcomiera el mundo
occidental, porque a Dios no se lo puede expulsar impunemente de sus
fronteras. ¡Cómo no corroborar tristemente que la pérdida de la vida
interior y la ausencia de una perspectiva de eternidad provocan la falta
de felicidad del hombre!
Para
la Sma. Virgen, el modernismo puede tan sólo ser vencido mediante la
oración que alimenta el fuego de una viva fe. Nos suplica que desafiemos
la cultura actual y que coloquemos toda nuestra esperanza, confianza y
amor en su Hijo. “No
permitan que Satanás les abra los caminos de la felicidad terrenal,
caminos donde no está mi Hijo. Hijos míos, éstos son falsos y duran
poco. ¡Mi Hijo es para siempre! Les ofrezco la felicitad eterna, la paz y
la unidad con mi Hijo, con Dios. ¡Les ofrezco el Reino de Dios!” (10
de agosto de 2010). Nuestra cultura ha desplazado a Dios a la
periferia; a nosotros nos corresponde volver a colocarlo en el centro de
nuestras vidas y de nuestra sociedad mediante una ardiente oración.»
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