jueves, 23 de abril de 2015

JESUITA Y MISIONERO EN ALASKA: PADRE SEGUNDO LLORENTE




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«Por la mañana salgo de las mantas como oso de la madriguera. Enciendo una vela y me calzo las botas de piel de foca llenas de hierba seca para que los pies estén bien mullidos y no se enfríen más de lo razonable. Enciendo la estufa y, si se heló el agua, derrito el hielo y me lavo. Abro la puerta, doy dos pasos y ya estoy delante del altar...». Así era cada amanecer en la vida de Segundo Llorente, jesuita, sacerdote y misionero, durante los cuarenta años que pasó en Alaska, a uno y otro lado del río Yukón, anunciando el Evangelio. En el vídeo de H.M. Televisión pueden verse los testimonios de algunas personas que le conocieron y quedaron impresionadas por su generosidad, su sentido de humor y su amor por las almas.
 
Leonés de nacimiento, a los veintitrés años, sin saber una palabra de inglés, se fue a los Estados Unidos a estudiar Teología y, apenas fue ordenado sacerdote, buscó en el mapa el lugar más recóndito y difícil en todo el mundo y obtuvo permiso para ir a Alaska, su ilusión más grande: «¡Cómo nos gusta a nosotros decir que la Iglesia es católica, universal, que tiene que estar en todas partes! Los esquimales también son hijos de Dios, y a mí me ha tocado el privilegio de ser su misionero. Aquí está la Iglesia católica, gracias a nosotros los misioneros», escribía en una de sus múltiples cartas.
 
Y en otra aseguraba: «Dios no está circunscrito a fórmulas o experimentos de gabinete. Es demasiado grande para que nuestros entendimientos le puedan abarcar en toda su grandeza».Tenía talento como escritor, y en vista del éxito entre los suyos, comenzó a escribir cartas y artículos que se convertían en libros; en total, doce títulos escritos en castellano que se convirtieron en libros de cabecera para toda una generación; llegó un momento en que los seminarios y los noviciados se llenaban de entusiasmo por las aventuras del «misionero de Alaska».


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