Santa Bernardita nunca dejaba de obedecer a las hermanas. Aunque le hubiesen asegurado que le ahorrarían las visitas agobiantes de quienes deseaban encontrarla, aceptaba, a pesar de sus reticencias, someterse a sus requerimientos. En cuanto la llamaban, discretamente dejaba la clase o el lugar donde se hallara, para ir al locutorio. Se esforzaba entonces en contestar amablemente, a menudo varias veces por día, casi siempre las mismas preguntas que el día anterior, fuera de algunos pequeños detalles.
Pese a su docilidad natural no vacilaba en su determinación de hacer respetar los derechos de todos. Ante las críticas que consideraba inmerecidas replicaba justa e incisivamente. Si, por cualquier motivo, a la madre superiora se le olvidaba liberarla a la debida hora para las visitas a su familia o a la gruta, Bernardita le recordaba su compromiso: "Me lo prometieron" le decía rotundamente sin parpadear.
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