jueves, 24 de julio de 2014

BEATO CRISTOBAL DE SANTA CATALINA






Nacimiento

 
25 de julio de 1638, Mérida
Fallecimiento
24 de julio de 1690 (51 años) Córdoba
Venerado en
Iglesia católica
Beatificación
7 de abril del 2013
Festividad
24 de julio

"Como el girasol mira al sol, la vida del Padre Cristóbal está siempre orientada a Dios"


Cristóbal Fernández Valladolid nace en Mérida (Badajoz), el 25 de julio de 1638, y es bautizado en la parroquia de Santa Eulalia. Su familia es cristiana y pobre; trabajadores del campo, en la que también los pequeños tienen que cooperar a obtener el sustento.

Comienza su nueva vida sacerdotal en Mérida. Pero, pronto, es destinado como ayudante del capellán de uno de los Tercios españoles en guerra con Portugal. 

En su intimidad sigue resonando la invitación de Dios a una vida más auténtica. Pero vacila y retrasa la respuesta. Un incidente inesperado, la muerte de un amigo en extrañas circunstancias, le da el empuje final. 

Sale de noche de su ciudad y recorre a pie los más de doscientos kilómetros que separan Córdoba de Mérida. Echa a andar por veredas poco transitadas orando al Señor: “Mi ánimo, oh Dios, es servirte en la soledad. Mi viaje no ha de ser por camino conocido. Guíame para que, sin ser visto, pueda llegar al desierto donde Tu amor me llama”. Es el año 1667. Cuando Cristóbal llega al eremitorio, se dirige al Hermano Mayor que le pregunta su identidad y deseo. “Soy un pecador que viene buscando quien le enseñe a hallar a Dios por el camino de la penitencia, porque no tiene otro el que ha pecado. Te pido que me recibas como hijo y me enseñes como Padre que yo prometo ser obediente a tus mandatos”.
 
Desde este momento el ermitaño lo conduce espiritualmente y el P. Cristóbal vive bajo su gobierno, en obediencia y humildad. El Hermano, además, le orienta sobre su nueva vida y le indica su ermita. Comienza a vivir con toda radicalidad en oración, silencio y penitencia. Pero, no ha manifestado su condición sacerdotal; no quiere ser distinguido por ella ni mermar los rigores del modo de vida comenzado. Después de algunos meses sin celebrar la Eucaristía, lo desvela al Hermano.

El P. Cristóbal, como es normal entre los ermitaños, debe bajar en ocasiones a la ciudad para algunos menesteres. Es, entonces, cuando va conociendo la situación social de Córdoba y de sus pobres. Aunque hay títulos nobiliarios y mayorazgos, miran hacia otro lado para no ver las urgencias. La ciudad presta algún socorro, pero son incontables las personas que viven en la miseria.

El corazón del ermitaño se estremece e inquieta. Ora y discierne. Corre el año 1673. El P. Cristóbal de Santa Catalina, a la vista de tanto sufrimiento, toma una determinación radical para su vida: “Serviré a Dios sustentando pobres”. El P. Posadas, OP., su confesor y biógrafo, lo relata así: “Teniendo noticia de las graves necesidades que padecían muchas mujeres, que unas por ancianas, y otras por accidentes a la naturaleza incurables, estaban consumidas de su misma necesidad, entre húmeros y rincones, unas recostadas en el suelo, y otras acomodadas en esterillas viejas, donde se las comía el hambre propia…. Se movió a buscar el remedio a necesidades tan extremas… Bajó a la ciudad, y buscando lugares donde formar recogimiento y enfermería para las dichas pobres, encontró con la Casa de JESÚS…
… Discurrió por las calles y casas en busca de pobres. Y, hallando su caridad en que emplearse, dio principio a la obra y fundación del Hospital, el año del Señor de 1673, día once de febrero”…

La Casa de Jesús es una pequeña ermita con una imagen de Jesús Nazareno y un hospitalito de seis camas anejo, de la cofradía de Jesús Nazareno. Lo pide a los hermanos cofrades y estos se lo ceden para comenzar su caritativo propósito. Lo nombran, además, hermano y consiliario de la cofradía.

De este modo, da comienzo la Hospitalidad Franciscana de Jesús Nazareno. El Obispo de la diócesis le exige dejar el hábito franciscano y vivir como sacerdote secular para poder dirigir el hospitalito. Varios cordobeses, que observan al P. Cristóbal trabajando duro para preparar el hospitalito, comienzan a apoyarlo aportando materiales, comida y enseres necesarios.
 
En 1690, el cólera infecta la ciudad. El P. Cristóbal cuida a los afectados por la epidemia dentro y fuera del hospital Jesús Nazareno, y queda también contagiado. Son días de gran dolor, que vive con paciencia y serenidad. Pide recibir la Comunión y el sacramento de la Unción de enfermos. Sus Hermanos y Hermanas lo cuidan, acompañan, oran y sufren. Cuando percibe que la hermana muerte está muy cerca quiere despedirse de todos y darles su última bendición. Con la voz ya entrecortada, les deja su TESTAMENTO:
“Pido con todo encarecimiento a sus caridades, que atiendan ante todo a la honra y gloria del Señor. Y procuren guardar el Instituto con gran humildad de sí mismos y con gran caridad de los pobres, amándose unidos en el Señor”.
Pronto, abrazado a un Crucifijo, queda descansando en la paz del Señor. Es 24 de julio de 1690.

La Hospitalidad fundada por el P. Cristóbal continúa hasta hoy su espiritualidad y obra caritativa y social a través de la Congregación de Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno Franciscanas.
Diversas circunstancias históricas dificultaron la permanencia de los Hermanos y la rama masculina de la Congregación desapareció a fines del siglo XIX. Es entonces cuando las Hermanas salen a pedir la limosna necesaria para sostener la obra hospitalaria, además de atender directamente a las personas acogidas.
La fuerza del carisma del P. Cristóbal estimula la extensión de su obra. La Congregación sigue dando respuesta a nuevas necesidades de los pobres en lugares y ámbitos diversos. Por otra parte, instituciones civiles y religiosas solicitan la presencia de las Hermanas. Hoy, la obra del P. Cristóbal se encuentra presente en varios países de Europa y América.
La promesa de Jesús Nazareno al P. Cristóbal: “Mi Providencia y tu fe han de tener esto en pie”, es el fundamento y la garantía de la Obra Hospitalaria Franciscana de Jesús Nazareno, que desea seguir “sirviendo a Dios sustentando pobres”.

ORACIÓN INICIAL
 Padre lleno de bondad, tu Hijo Jesús Nazareno, nos mostró Tu amor entrañable con su vida entregada hasta el extremo. Además, nos encargó anunciar a todos los hombres esta Buena Noticia de salvación. Concédenos, por intercesión del Beato Cristóbal, vivir plenamente confiados en Tu amor, amar a todos los hombres, especialmente a los más necesitados y proclamar con nuestra vida la alegría de tu salvación. Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina, en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
  PRECES   
“Busquen ante todo la honra y gloria de Dios”. Dios y padre nuestro, concédenos experimentar de tal modo Tu bondad y fuerza en nuestras vidas, que deseemos contar a todos la alegría de tu salvación.
TODOS: Escúchanos, Señor, por intercesión del Beato Cristóbal.
“Vivan con gran humildad de sí mismos, amándose unidos en el Señor”. Jesús Nazareno, Tú que eres manso y humilde de corazón, haz que nuestros gestos y palabras sean sencillos y transmitan cercanía y gozo a quienes se acerquen a nosotros. Escúchanos, Señor, por intercesión…
“Este Instituto es la caridad”. Sabemos, Señor, que los pobres son los primeros en tu corazón.  Abre nuestro corazón a sus necesidades y dirige nuestras obras para su socorro.   Escúchanos, Señor, por intercesión…
“Tened confianza porque la mano de Dios sabe abrirse para el socorro cuando las necesidades aprietan”. Mira, Señor, nuestra debilidad y necesidades, y concédenos una confianza inquebrantable en tu divina Providencia.  Escúchanos, Señor, por intercesión…
PADRE NUESTRO…
ORACIÓN FINAL (cantada o rezada) 
Alabada sea la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Bendita sea por sus infinitas perfecciones, bondad, virtud, poder. Bendita sea porque creó a María Santísima. Bendita sea por todos los beneficios y mercedes que nos ha hecho, hace y está dispuesta a hacernos. Y, Bendita sea, porque concedió a la Iglesia el don de la vida, el ejemplo y la intercesión del beato Cristóbal. Amén. 



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