Nacimiento
|
25 de
julio de 1638,
Mérida
|
Fallecimiento
|
24 de
julio de 1690
(51 años) Córdoba
|
Venerado en
|
Iglesia
católica
|
Beatificación
|
7 de abril
del 2013
|
Festividad
|
24
de julio
|
"Como el girasol mira al sol, la vida del
Padre Cristóbal está siempre orientada a Dios"
Cristóbal
Fernández Valladolid nace en Mérida (Badajoz), el 25 de julio de 1638, y es
bautizado en la parroquia de Santa Eulalia. Su familia es cristiana y pobre;
trabajadores del campo, en la que también los pequeños tienen que cooperar a
obtener el sustento.
Comienza su nueva
vida sacerdotal en Mérida. Pero, pronto, es destinado como ayudante del
capellán de uno de los Tercios españoles en guerra con Portugal.
En
su intimidad sigue resonando la invitación de Dios a una vida más auténtica.
Pero vacila y retrasa la respuesta. Un incidente inesperado, la muerte de un
amigo en extrañas circunstancias, le da el empuje final.
Sale de noche de
su ciudad y recorre a pie los más de doscientos kilómetros que separan Córdoba
de Mérida. Echa a andar por veredas poco transitadas orando al Señor: “Mi
ánimo, oh Dios, es servirte en la soledad. Mi viaje no ha de ser por camino
conocido. Guíame para que, sin ser visto, pueda llegar al desierto donde Tu
amor me llama”. Es el año 1667. Cuando Cristóbal
llega al eremitorio, se dirige al Hermano Mayor que le pregunta su identidad y
deseo. “Soy un pecador que viene buscando quien le enseñe a hallar a Dios
por el camino de la penitencia, porque no tiene otro el que ha pecado. Te pido
que me recibas como hijo y me enseñes como Padre que yo prometo ser obediente a
tus mandatos”.
Desde este
momento el ermitaño lo conduce espiritualmente y el P. Cristóbal vive bajo su
gobierno, en obediencia y humildad. El Hermano, además, le orienta sobre su
nueva vida y le indica su ermita. Comienza a vivir con toda radicalidad en
oración, silencio y penitencia. Pero, no ha manifestado su condición
sacerdotal; no quiere ser distinguido por ella ni mermar los rigores del modo
de vida comenzado. Después de algunos meses sin celebrar la Eucaristía, lo
desvela al Hermano.
El P. Cristóbal,
como es normal entre los ermitaños, debe bajar en ocasiones a la ciudad para
algunos menesteres. Es, entonces, cuando va conociendo la situación social de
Córdoba y de sus pobres. Aunque hay títulos nobiliarios y mayorazgos, miran
hacia otro lado para no ver las urgencias. La ciudad presta algún socorro, pero
son incontables las personas que viven en la miseria.
El corazón del
ermitaño se estremece e inquieta. Ora y discierne. Corre el año
1673. El P. Cristóbal de Santa Catalina, a la vista de tanto sufrimiento, toma
una determinación radical para su vida: “Serviré a Dios sustentando pobres”.
El P. Posadas, OP., su confesor y biógrafo, lo relata así: “Teniendo
noticia de las graves necesidades que padecían muchas mujeres, que unas por
ancianas, y otras por accidentes a la naturaleza incurables, estaban consumidas
de su misma necesidad, entre húmeros y rincones, unas recostadas en el suelo, y
otras acomodadas en esterillas viejas, donde se las comía el hambre propia…. Se
movió a buscar el remedio a necesidades tan extremas… Bajó a la ciudad, y
buscando lugares donde formar recogimiento y enfermería para las dichas pobres,
encontró con la Casa de JESÚS…
… Discurrió
por las calles y casas en busca de pobres. Y, hallando su caridad en que
emplearse, dio principio a la obra y fundación del Hospital, el año del Señor
de 1673, día once de febrero”…
La Casa de Jesús
es una pequeña ermita con una imagen de Jesús Nazareno y un hospitalito de seis
camas anejo, de la cofradía de Jesús Nazareno. Lo pide a los hermanos cofrades
y estos se lo ceden para comenzar su caritativo propósito. Lo nombran, además,
hermano y consiliario de la cofradía.
De
este modo, da comienzo la Hospitalidad Franciscana de Jesús Nazareno. El Obispo
de la diócesis le exige dejar el hábito franciscano y vivir como sacerdote
secular para poder dirigir el hospitalito. Varios cordobeses, que observan al P. Cristóbal trabajando duro para preparar
el hospitalito, comienzan a apoyarlo aportando materiales, comida y enseres
necesarios.
En 1690, el
cólera infecta la ciudad. El P. Cristóbal cuida a los afectados por la epidemia
dentro y fuera del hospital Jesús Nazareno, y queda también contagiado. Son
días de gran dolor, que vive con paciencia y serenidad. Pide recibir la
Comunión y el sacramento de la Unción de enfermos. Sus Hermanos y Hermanas lo
cuidan, acompañan, oran y sufren. Cuando percibe que la hermana muerte está muy
cerca quiere despedirse de todos y darles su última bendición. Con la voz ya
entrecortada, les deja su TESTAMENTO:
“Pido con
todo encarecimiento a sus caridades, que atiendan ante todo a la honra y gloria
del Señor. Y procuren guardar el Instituto con gran humildad de sí mismos y con
gran caridad de los pobres, amándose unidos en el Señor”.
Pronto, abrazado
a un Crucifijo, queda descansando en la paz del Señor. Es 24 de julio de 1690.
La Hospitalidad
fundada por el P. Cristóbal continúa hasta hoy su espiritualidad y obra
caritativa y social a través de la Congregación de Hermanas Hospitalarias de
Jesús Nazareno Franciscanas.
Diversas circunstancias históricas dificultaron la permanencia de los Hermanos y la rama masculina de la Congregación desapareció a fines del siglo XIX. Es entonces cuando las Hermanas salen a pedir la limosna necesaria para sostener la obra hospitalaria, además de atender directamente a las personas acogidas.
Diversas circunstancias históricas dificultaron la permanencia de los Hermanos y la rama masculina de la Congregación desapareció a fines del siglo XIX. Es entonces cuando las Hermanas salen a pedir la limosna necesaria para sostener la obra hospitalaria, además de atender directamente a las personas acogidas.
La fuerza del
carisma del P. Cristóbal estimula la extensión de su obra. La Congregación
sigue dando respuesta a nuevas necesidades de los pobres en lugares y ámbitos
diversos. Por otra parte, instituciones civiles y religiosas solicitan la
presencia de las Hermanas. Hoy, la obra del P. Cristóbal se encuentra presente
en varios países de Europa y América.
La promesa de
Jesús Nazareno al P. Cristóbal: “Mi Providencia y tu fe han de tener esto
en pie”, es el fundamento y la garantía de la Obra Hospitalaria
Franciscana de Jesús Nazareno, que desea seguir “sirviendo a Dios
sustentando pobres”.
ORACIÓN INICIAL
Padre lleno de bondad, tu Hijo Jesús Nazareno,
nos mostró Tu amor entrañable con su vida entregada hasta el extremo. Además,
nos encargó anunciar a todos los hombres esta Buena Noticia de salvación.
Concédenos, por intercesión del Beato Cristóbal, vivir plenamente confiados en
Tu amor, amar a todos los hombres, especialmente a los más necesitados y
proclamar con nuestra vida la alegría de tu salvación. Te lo pedimos por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina, en la unidad del
Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
PRECES
“Busquen ante todo
la honra y gloria de Dios”.
Dios y padre nuestro, concédenos experimentar de tal modo Tu bondad y fuerza en
nuestras vidas, que deseemos contar a todos la alegría de tu salvación.
TODOS: Escúchanos,
Señor, por intercesión del Beato Cristóbal.
“Vivan con gran
humildad de sí mismos, amándose unidos en el Señor”. Jesús Nazareno, Tú que eres manso y humilde de
corazón, haz que nuestros gestos y palabras sean sencillos y transmitan
cercanía y gozo a quienes se acerquen a nosotros. Escúchanos, Señor,
por intercesión…
“Este Instituto es
la caridad”. Sabemos, Señor,
que los pobres son los primeros en tu corazón. Abre nuestro corazón a sus
necesidades y dirige nuestras obras para su socorro. Escúchanos,
Señor, por intercesión…
“Tened confianza
porque la mano de Dios sabe abrirse para el socorro cuando las necesidades
aprietan”. Mira, Señor, nuestra
debilidad y necesidades, y concédenos una confianza inquebrantable en tu divina
Providencia. Escúchanos, Señor, por intercesión…
PADRE NUESTRO…
ORACIÓN FINAL (cantada o
rezada)
Alabada sea la Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Bendita sea por sus infinitas
perfecciones, bondad, virtud, poder. Bendita sea porque creó a María Santísima.
Bendita sea por todos los beneficios y mercedes que nos ha hecho, hace y está
dispuesta a hacernos. Y, Bendita sea, porque concedió a la Iglesia el don
de la vida, el ejemplo y la intercesión del beato Cristóbal. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario