1667 "La Santa Madre Iglesia instituyó, además, los
sacramentales. Estos son signos sagrados con los que, imitando de alguna
manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales,
obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen
a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas
circunstancias de la vida" (SC
60; CIC can 1166;
CCEO can 867).
Características de los sacramentales
1668 Han sido instituidos por la Iglesia en orden a la
santificación de ciertos ministerios eclesiales, de ciertos estados de vida,
de circunstancias muy variadas de la vida cristiana, así como del uso de cosas
útiles al hombre. Según las decisiones pastorales de los obispos, pueden
también responder a las necesidades, a la cultura, y a la historia propias del
pueblo cristiano de una región o de una época. Comprenden siempre una oración,
con frecuencia acompañada de un signo determinado, como la imposición de la
mano, la señal de la cruz, la aspersión con agua bendita (que recuerda el
Bautismo).
1669 Los sacramentales proceden del sacerdocio
bautismal: todo bautizado es llamado a ser una "bendición" (cf Gn 12,2)
y a bendecir (cf Lc 6,28; Rm 12,14; 1 P 3,9). Por eso los
laicos pueden presidir ciertas bendiciones (cf
SC 79; CIC can
1168); la presidencia de una bendición se reserva al ministerio ordenado
(obispos, presbíteros o diáconos, [cf. Bendicional, Prenotandos
generales, 16 y 18]), en la medida en que dicha bendición afecte más a la vida
eclesial y sacramental.
1670 Los sacramentales no confieren la gracia del
Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la
Iglesia preparan a recibirla y disponen a cooperar con a ella. "La liturgia de
los sacramentos y de los sacramentales hace que, en los fieles bien
dispuestos, casi todos los acontecimientos de la vida [...] sean santificados
por la gracia divina que emana del misterio Pascual de la pasión, muerte y
resurrección de Cristo, de quien reciben su poder todos los sacramentos y
sacramentales, y que todo uso honesto de las cosas materiales pueda estar
ordenado a la santificación del hombre y a la alabanza de Dios" (SC
61).
Diversas formas de sacramentales
1671
Entre los sacramentales figuran en primer lugar las bendiciones (de
personas, de la mesa, de objetos, de lugares). Toda bendición es alabanza de
Dios y oración para obtener sus dones. En Cristo, los cristianos son
bendecidos por Dios Padre "con toda clase de bendiciones espirituales" (Ef
1,3). Por eso la Iglesia da la bendición invocando el nombre de Jesús y
haciendo habitualmente la señal santa de la cruz de Cristo.
1672 Ciertas bendiciones tienen un alcance permanente:
su efecto es consagrar personas a Dios y reservar para el uso
litúrgico objetos y lugares. Entre las que están destinadas a personas —que no
se han de confundir con la ordenación sacramental— figuran la bendición del
abad o de la abadesa de un monasterio, la consagración de vírgenes y de
viudas, el rito de la profesión religiosa y las bendiciones para ciertos
ministerios de la Iglesia (lectores, acólitos, catequistas, etc.). Como
ejemplo de las que se refieren a objetos, se puede señalar la dedicación o
bendición de una iglesia o de un altar, la bendición de los santos óleos, de
los vasos y ornamentos sagrados, de las campanas, etc.
1673 Cuando la Iglesia pide públicamente y con
autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido
contra las asechanzas del Maligno y sustraída a su dominio, se habla de
exorcismo. Jesús lo practicó (cf Mc 1,25-26; etc.), de Él tiene la
Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (cf Mc 3,15; 6,7.13; 16,17).
En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El
exorcismo solemne llamado «el gran exorcismo» sólo puede ser practicado por un
sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con
prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El
exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco
gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy
distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado
pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante, asegurarse , antes de
celebrar el exorcismo, de que se trata de un presencia del Maligno y no de una
enfermedad (cf. CIC
can. 1172).
La religiosidad popular
1674 Además de la liturgia sacramental y de los
sacramentales, la catequesis debe tener en cuenta las formas de piedad de los
fieles y de religiosidad popular. El sentido religioso del pueblo cristiano ha
encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno
a la vida sacramental de la Iglesia: tales como la veneración de las
reliquias, las visitas a santuarios, las peregrinaciones, las procesiones, el
vía crucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc. (cf Concilio
de Nicea II: DS 601;603; Concilio de Trento: DS 1822).
1675 Estas expresiones prolongan la vida litúrgica de
la Iglesia, pero no la sustituyen: "Pero conviene que estos ejercicios se
organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos para que estén de acuerdo
con la sagrada liturgia, deriven en cierto modo de ella y conduzcan al pueblo
a ella, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos" (SC
13).
1676 Se necesita un discernimiento pastoral para
sostener y apoyar la religiosidad popular y, llegado el caso, para purificar y
rectificar el sentido religioso que subyace en estas devociones y para
hacerlas progresar en el conocimiento del Misterio de Cristo. Su ejercicio
está sometido al cuidado y al juicio de los obispos y a las normas generales
de la Iglesia (cf
CT 54).
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
«La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia. La sapiencia popular católica tiene una capacidad de síntesis vital; así lleva conjunta y creadoramente lo divino y lo humano; Cristo y María, espíritu y cuerpo; comunión e institución; persona y comunidad; fe y patria, inteligencia y afecto. Esa sabiduría es un humanismo cristiano que afirma radicalmente la dignidad de toda persona como hijo de Dios, establece una fraternidad fundamental, enseña a encontrar la naturaleza y a comprender el trabajo y proporciona las razones para la alegría y el humor, aun en medio de una vida muy dura. Esa sabiduría es también para el pueblo un principio de discernimiento, un instinto evangélico por el que capta espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia al Evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con otros intereses (III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla. la Evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, 448; cf EN 48).
No hay comentarios:
Publicar un comentario