Mirar de frente el dolor-desconcierto, sin huir.
Respirarlo, encararlo, para ser libres.
Situarnos en el interior de nuestras dificultades
y descubrir la perla y el crecimiento que nos aportan.
Caer en cuenta de las distracciones.
Presentarle a Dios el objeto de distracción y volver a centrar la mirada.
Aprender a reirse de sí misma.
No dramatizar; relativizar.
Educar el sentido del humor.
En la sequedad que le impide formar un solo pensamiento para unirse a Dios:
"rezo muy despacio un padrenuestro y luego la salutación angélica".
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